Eres dueña de esta ciudad,
De estas calles vacías,
En estas precisas horas,
De este inquieto silencio,
De esta lluvia nocturna,
De estos inconscientes pasos,
Que me traen a tu espacio.
Hoy te vi caminado por aquí,
Escuché tu inconfundible risa.
Ibas muy bien acompañada,
Te veías muy hermosa,
Alegre, nerviosa, tímida.
Tenías el brillo inconfundible,
La felicidad en tus ojos,
Las manos un poco sudorosas.
Algo gracioso dijo tu acompañante,
Porque te reíste inmediatamente,
Escondiste tu cara en su hombro;
Tardaste varios minutos en levantarla,
Envuelta en un leve color carmesí,
Que se acentuó porque volviste a sonreír.
Yo también sonreí con felicidad;
Y después con una felicidad añeja.
Me acabé todo el aire en un respiro…
¡Qué lejos estamos!
Tan lejos como estar al otro lado del mundo,
Como dos personas que no se conocen,
Como hoy y el siglo que aún llega,
Como un estado avanzado de Alzhéimer;
Como todo eso junto y a la vez
nada.
¡Qué lejos estamos!